Desde el corazón de la Iglesia
El Corazón…
En la mentalidad bíblica, el corazón es el centro de la persona, el signo de su interioridad, el lugar del que brotan los sentimientos y las decisiones libres, conscientes.
Los profetas siempre lucharon por una “religión del corazón”, más allá de unos ritos externos y de una ley de cumplimiento. Dios se queja de que el pueblo le honra con los labios, pero tiene el corazón lejos de él (Is 29,13).
A través de la palabra de sus mensajeros, Dios quiere llegar al corazón de Jerusalén (Is 40,2) para convencer a su pueblo de una nueva era de consolación, para motivar a una comunidad triste y sin esperanza. Recordando aquel amor primero de la época del éxodo, Dios-Esposo quiere seducir a Israel-Esposa y propone llevarla al desierto para hablarle al corazón (Os 2,16), para volver a enamorar a la novia infiel.
Por eso, Dios promete una nueva alianza que consistirá en una ley interiorizada, donde las normas no serán imposición externa, sino que brotarán como deseo interior, porque la voluntad de Dios estará escrita en el corazón (Jr 31,33).
Dios siempre nos habla desde el corazón y quiere tocarnos el corazón. “De corazón a corazón”, de sujeto a sujeto, de rostro a rostro, frente a frente: solo así es posible la fe, solo así podrá ser posible la vocación.
…El corazón de la Iglesia
La comunidad cristiana no es una organización religiosa, ni un pueblo con un conjunto de ritos y tradiciones. Somos una familia, un hogar, el pueblo de los hijos de Dios. Es comunidad reunida alrededor del fuego de Dios: ahí hablamos y comemos; de ahí brota el calor que le llevamos al mundo, ahí alimentamos nuestro ardor y la pasión por el Evangelio.
Este hogar que nos une y nos alimenta es la Eucaristía. La memoria de la Cena del Señor es el corazón de la Iglesia. “Sin Eucaristía no somos” decían los mártires africanos de los primeros siglos. Sin la mesa del Pan y la Palabra nos quedamos sin Presencia, sin Cristo, sin Pastor. La Eucaristía es el Lugar: el espacio y el tiempo donde el Eterno nos convoca y nos hace suyos.
Somos “Memoria suya”, recuerdo vivo de un amor crucificado que todo lo sana. Él está, su Pan toca nuestros labios y su Palabra penetra en nuestros oídos: la carne viva del Hijo de Dios nos llega al corazón para hacernos cuerpo suyo y amigos del alma. En la Eucaristía, el corazón de Dios y nuestro corazón se encuentran y se amasan juntos para ser “un solo espíritu” (1Cor 6,17).
La Eucaristía es el principio y la meta de todo lo que somos, de todo aquello en lo que hemos creído, de toda nuestra tarea. Porque necesitamos a Cristo tenemos la Eucaristía; porque necesitamos a Cristo existen sacerdotes.
Desde el corazón de la Iglesia
Si la Eucaristía es “el Lugar”, sí ahí está nuestro centro y nuestro fuego, la fuerza que nos une y el calor que nos empuja; si ella es el origen y la meta de nuestra fe, desde ella vivimos y evangelizamos.
La Eucaristía es la Cena donde el Señor nos manda vivir de su Memoria. La Eucaristía es la montaña de Galilea donde el Resucitado, adorado por sus discípulos, los envía por todo el mundo para evangelizar y suscitar nuevos discípulos (Mt 28,16-20); es el lugar donde “Dios-está-con-nosotros” para sostener y dirigir nuestra misión. Nuestra pastoral ha de ser eucarística por los cuatro costados.
La Pastoral vocacional, por ello, tiene también en la Eucaristía su centro y su fuerza. Desde la Eucaristía nos atrevemos a transmitir la llamada: con el pan y la palabra, Dios quiere llegar al corazón de los creyentes para despertar su libertad.
En el corazón de la celebración eucarística nos hacemos conscientes de la necesidad del Resucitado y, por ello, sabemos que es una urgencia el regalo de nuevos sacerdotes. La Eucaristía nos envía: necesitamos pastores que acompañen nuestra palabra, sacerdotes que hagan posible nuestro sacrificio, maestros que den hondura a lo que creemos, padres que sanen nuestros pecados. Necesitamos a Cristo para ser y para evangelizar, necesitamos su presencia: por eso pedimos vocaciones, sacramentos de esa Presencia en medio de los hermanos.
Desde el corazón eucarístico de la Iglesia, también, formamos a los futuros sacerdotes. Hombres de la palabra, hombres de Dios, testigos del Misterio. Hombres del pan, partido y repartido; hombres de la Cena que se agachan, con el Maestro, para lavar los pies y los límites de todos los discípulos. Hombres valientes que saben poner la mesa entre los pecadores y se atreven a comer en muchas mesas para llevar siempre más lejos el amor del Creador.
La Eucaristía es el origen de nuestra fe y nuestra misión, la fuente de nuestra vida y de nuestras tareas pastorales. DESDE ella somos discípulos y testigos, seguidores y apóstoles. Desde ella, vamos construyendo la comunidad y transformando el mundo. DESDE la Eucaristía celebramos el Día del Seminario.
Manuel Pérez Tendero.